RESEÑAS DE LIBRO BAJO CERO

Claves de lectura de Bajo Cero de Zoila Capristán

La certidumbre del poder de la muerte y la evidencia del amor
David Antonio Abanto Aragón


he decidido alisar los repliegues
de mi culpable alma
Carlos Germán Belli

“silenciosa manera de hilvanar pasos”

La poesía es un hecho social. La poesía es expresión artística de la contradictoria condición del ser humano: miserable en su grandeza, pero, a la misma vez, grande en su miseria. La lectura de Bajo cero de Zoila Capristán (Vagón azul editores, 2010) nos lo confirma con creces.

Bajo cero, el poemario de Zoila Capristán, nos presenta un concierto de voces en sus composiciones que nunca lo es tanto como cuando brota para expresar nuestra oscura animalidad en un tiempo de crisis de la vida pública que es también crisis de las conciencias.

La aventura creadora que revelan las composiciones de Capristán es una travesía terrena y humana. Es “un descenso órfico hacia las verdades profundas” señala Miguel Ildefonso en el prólogo del poemario, con mucho de temporada en el infierno, añadimos.

Infierno-caos identificable con el absurdo, en el que “el Génesis se trasmuta en Apocalipsis” (p.83) y del que quizá sea expresión el “Perú, país del absurdo” (p.48), estableciendo una relación amor-odio, con ese lugar de incomunicación (p.30), donde transita la muerte y que, en esa condición, es lugar que se añora relegar: “Que no tenga conciencia que existe el Perú” (p.32), pero cuyo símbolo manifiesta, en algún grado, la posibilidad del hallazgo del lugar para enmendar a la muerte: “expío mi conciencia con la médula blanca de mi bandera Peruana” (p.75).



“La luz se engendra en el abismo”

Las miradas poéticas de Bajo cero resultan auténticas al admitir su cuota de falsedad, y su canto se vuelve verdaderamente tal al desnudarse del componente cultista o estetizante.

La poesía de Capristán se inserta en una tradición que acoge la herencia romántica, se nutre de la poesía de creadores como Vallejo, Varela, Watanabe, Ollé e Ildefonso y sintoniza con la búsqueda de poetas como Alessandra Tenorio, Andrea Cabel y Denisse Vega Farfán.

Su arte sale a las calles, exalta instantes, momentos: el presente. Su urbe es nocturna y en ella sus luces iluminan, en sus vías como heridas de la existencia, la procesión de imágenes de prostitución, drogadicción, crimen, muerte, egoísmo y hastío. Su poesía es de oposiciones nítidas y contrastes brutales que se insertan en la búsqueda de otra belleza. Desafío que ha sorteado espléndidamente la poeta hurgando la nostalgia, el ensueño, el erotismo, la iluminación, etc. con intensidad subjetiva y una postura poética vigorosamente personal.



“la desolación de estar bajo cero”

El título del libro es como una síntesis, fuertemente expresiva, de la condición en la que se reconocen las composiciones. La expresión aparece en el poema homónimo que abre el libro: “Impregnada queda/ la desolación de estar bajo cero” (p.17), en el que la voz poética describe las obsesiones negras que reinarán en el libro (con fulgurantes momentos de entusiasmo y dicha) ante la sed de absoluto del ser humano.

Las composiciones del libro de Capristán expresan la angustia que engendra en el yo poético el poner en duda o cuestionar las creencias y las pautas imperantes de las personas con “pellejo encallecido” y “pies agrietados consumidos” y ojos cargados de ataúd (p.37) que viven por inercia, “en cotidiana nausea”, con una tristeza naciente que va “viviendo más” (p.45), un “denigrante panorama” con costumbres y ritos deshumanizadores, ajenos a la vida y el amor. Véase la contundencia de las imágenes de la cotidiana “vidamuerteeterna” (p.89) presentes en el poema “INERCIA” (pp.70-71).

Esta situación pone en evidencia el poder de la muerte en el mundo de hoy, un tercer rasgo fundamental de la condición humana, luego de la dualidad inarmónica y la confusión.



“la evidencia en mis manos”

La razón de esta circunstancia se desconoce, pero se expresa la posibilidad de explicaciones tentativas: “es castigo por osar existir / por acompasar el cortejo de la respiración” (p.18). El ser humano es arrojado a la hoguera de la vida (p.61), con el estigma del caos que cubre su existencia, vista como “un funesto accidente (p.73), incluso desde antes del nacimiento (p.27), lo que se expresa en un estado de ánimo que aparenta la tristeza y se concibe como “estado natural” del ser (p.30) y “la certeza de lo único certero/ la nada” (p.42).

Pero no todo está perdido. La salida de esta situación es, en primer lugar, una salida de sí mismo. La solución pasa por una recuperación del ser y del cuerpo. Consideremos que el camino hacia el presente pasa por el cuerpo en el “que quepa la libertad” (p.32), pero esta opción, en la poesía de Capristán, no debe confundirse con el hedonismo mecánico y promiscuo.

El cuerpo postergado ha sido y sigue siendo objeto de vejaciones ignominiosas con coartadas perfectas e “impunidad garantizada” (p.95). Esto con la complicidad aprobatoria de los prójimos (los “vecinos” que “asienten”) o la indiferencia cómplice de los espectadores, de los espejos proyectados (p.37), esos reflejos lejanos, esos “hombres convertidos en bestias a fuerza de sobrevivir” (p.49), de ese “verdugo asalariado” (pp. 30 y31) que legisla la existencia social de los NN del poema del mismo nombre (pp.49 y 50) que viven soñando con la muerte y, algún día, quizá, vivan soñando con la vida.

No podemos dejar de señalar que el presente es el momento en el que la muerte y la vida se funden. Por eso, se hace necesario enfatizar que, en medio de esa atmósfera del dolor, está el aliento de vida, la capacidad de amar del ser humano. Es este núcleo amoroso el que hallamos en Bajo cero en los instantes en los que las voces poéticas logran encontrar espacios donde la vida emerge distraída (“INADVIRTIENDO SEÑALES”, “UN DÍA DE CUALQUIER DICIEMBRE”, “A MAYA QUE NUNCA QUISO CRECER”, “CUERDAS EN AYACUCHO”, “LOS DOMINGOS UN AJÍ”) y se anhela al poeta y la poesía como entidades liberadoras: “¡ay!, quién pudiera descomponer el instante y hacerlo verso.” (p. 33).

La poesía es creación que cobija como “el aroma de flores silvestres” que cubren para que “el látigo no me alcance/ las espinas no penetren en mi frente”, es creación que acerca, hermana y une: “Voy a sellar con poesía nuestro camino para que no te alejes” (p. 51), es como ese canto a la flor de retama “sinfonía de amor/ semilla en los pueblos” (p.72).



“hurgar la razón del absurdo”

La escritura de Capristán expresa en los poemas de Bajo cero la sensibilidad de una poesía desde lo vivido, pero que ya trasciende la condición de ser poesía del sentimiento.

En el tránsito del tono tanático al tono afirmativo de la vida, un elemento desencadenante es el del amor erótico liberado de tabúes (“no aspires a santa”, “sé hembra cruel y salvaje/ libre y cultivada”, p.24, con “el talento de la puta de Caylloma”, p.22) en el que se vence la castidad y se goza sin temor, (p.44) y donde “la salivada Eva engarzada al macho” (p. 22) pueda ser también “flor, amante o puta”, lo que las manos del amante alfarero moldeen (p.44).

Otro elemento, vinculado al anterior, que no podemos dejar de señalar es el compromiso de la poeta frente al dolor y sufrimiento de otras personas. Y esto porque ella misma, movida por experiencias vitales de exclusión y rechazo, es ser que perdura “en la misma noche” (aquí noche puede ser entendida figurativamente como lobreguez vital permanente) de la “nefasta noche” en que nació (p.34) y en la que fue desterrada por su progenitora (“¡Mujer que pares y olvidas!”, p.52), a una vida cultivada en llanto (p.61) y que para no perecer hilvanó “espejismos que evocan el olor de su vientre” (p.61), razón por la que se designa a sí misma como “la que abomina a la que dice ser mi madre” (p.60), figura cuyos recuerdos regresan certeros “como pedradas en la frente” que las hace “concluir/ allí las dos juntas” (p.40).

Cuestión aparte merece su distanciamiento de los reinos ansiados por las religiones (con sus dioses percibidos como capaces de burlarse con “sorda carcajada”, p.34, pero incapaces de inventar vocablos que enuncien los versos de sus criaturas, p.59, que pierden “la esperanza y la guerra”, p.87 por lo que se cree más en las armonías de sus criaturas que en el mismo Creador: “creo en el Padre/ y más en las notas de ese piano” p.53 y cuyos rituales “celebran la muerte de un Cristo asesinado”, p.43) y las ideologías, causantes de conflictos que en su nombre han desatado descalabros de destrucción y terror (con insepultas caravanas de la muerte, p.68, para silenciar “el sonido de los huesos quebrantados”, p.69 y que mandan matar las voces y abatir los pensamientos y con insania rinden culto a la muerte, proscribiendo los recuerdos, p.75, con completa impunidad para firmar penas de muerte, p.76, y con “condenados que van desfilando al matader”, p.36) .



“Tengo guardado para ti un día sin tristeza”

Son estos elementos, entre otros, los que llevan a Capristán a condolerse del sufrimiento humano y la impulsan a hurgar “la razón del absurdo” (p.19) y a buscar con la poesía, en “este proceso de ocaso llamado vida” (p.41), la utopía del amor con la esperanza del “día sin tristeza” (p.77) en el que “la felicidad instalada en la sangre no se despeñe” y “en el universo no transite la muerte” (p. 23).

Por eso, la poesía de Capristán resulta extraña, como dice certeramente Pablo Macera en la contratapa del libro, a “esa lectura académica que rompe carne y músculos en su autopsia”. Es poesía que habría que leer, nos invita Macera, “con ojos, manos, cuerpo y almas disponibles y abiertos”.

Leamos Bajo cero como testimonio poético vital de la certidumbre del poder de la muerte, pero también como evidencia del hallazgo del amor en la existencia capaz de “hacer cantar esperanzas al mundo” (p.30).

Independencia, agosto de 2010


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Publicado en Revista: Literaria Remolinos # 44 Julio - Septiembre de 2010
PAOLO ASTORGA

 
Bajo Cero

Zoila Capristan

Vagon Editores, 2010

                                                             

“Impregnada queda / la desolación de estar bajo cero”, con estos primeros versos la poeta la poeta Zoila Capristan con su libro Bajo Cero (Vagón Editores, 2010) nos presenta sus heridas, sus soledades, su sed de amor frustrado bajo la noche donde apenas es nuestra la carne que se nos revela fría, inhóspita, duramente desolada, como los anhelos de volver a ser esa belleza que ahora es nostalgia de palabras profundas, términos cortantes que pronto se olvidarán en los suburbios, en esa urbe que nos arranca el corazón vivo y de a pocos como recordándonos nuestra levedad ante el tiempo:

Días infectados de lepra

pero ni los leprosos llaman

abran un poco del espacio

sólo una silla donde sentarme

un rincón donde dormir

un cajón donde cruzar los huesos

la renta

el tributo

la ofrenda

son pedradas que de arriba caen

lapidan

es castigo por osar existir

por acompasar el cortejo de la respiración.

Busco el bolsillo y quedo manca

el frío

el frío

el frío me cala

en el fondo no hay sitio

anudarse la garganta fuerte

muy fuerte.



En este intenso poemario, la poeta es la Hardcorde de un mundo que solo se puede contener en la tristeza de no ser más que simple mercadería y aún así sentirse orgullosa o aparentar orgullo. La poeta es la prostituta deseada, sin embargo con sus signos de erotismo por momentos desenfrenados, por momentos fríos, indiferentes, anhelantes, dubitativos, desesperados, ella se transparenta en espejo, en reflejo de nuestra incoherente esencia humana, mostrándonos como animales en celo, en ese acto amoroso que acrecienta la indiferencia de los cuerpos que se unen para aplacar (si es que se puede) esa ametrallante soledad que nos acribilla al saber muy pronto que nuestra carne la gozan con desenfado para después resistir el intenso vacío después del orgasmo, la identidad nueva que acaso lentamente nos dará asco, nos hará nuevamente un par de desconocidos:

Me nace el talento de la puta de Caylloma

en Lima hace frío pero la putería lo calienta todo

el lunar de mi pecho contabiliza los minutos que circulan como cuerdas

en la habitación de paredes de papel,

hay un hombre y otra mujer que gimen

buscamos un agujero donde filmar

a la salivada Eva engarzada al macho

Y sin dolo, como diría el juez

que se abanica con billetes coimeros en el Parque Universitario

terminamos sentados en la última banca de La Merced

agradécenos por volver a ondear los faroles de Quilca

de paso prometo ya no sentir cosquilleos en el capullo

-que presiono para amordazarlo-

“Padre nuestro que estas en mi cielo…”

El murmura “puta”

incrusto mi lengua en el orificio de su oído y le susurro “perro”

Mientras la virgen nos sonríe.



En estos poemas hay siempre un desesperado anhelo por retornar a un tiempo pasado, o por lo menos vencer a ese abismo que nos excita a cada instante. La poeta es presa del tiempo, de la frustración que comienza con el recuerdo, con la soledad del recuerdo y esa intensa y lasciva realidad que ahora nos atormenta, se funde en su piel como identidad perpetua, como tatuaje imborrable que siempre nos gritará su condena:

El tiempo se torna rancio

la piel es un trivial manto de madera

por dentro corroe la polilla,

el alma grávida hecha de remiendos y espejismos.

En este viaje por la nostalgia, se evoca a veces violentamente esos instantes donde el amor dominaba el aire, donde existía un nombre, una verdad pura que ahora solo son recuerdos y ansias de volver a ese universo que muy pronto dejó de ser nuestro para convertirse en nuestra cruz, nuestro verdugo, nuestra patria expatriada, la inmóvil remembranza hacia la muerte para acallar al furioso vacío que nos arde en la piel:


Ganas de romperme las piernas

astillarlas e incinerar mis huesos

arrojar las cenizas al pozo

donde se arrojan a los muertos sin verdugos culpables

y ya sin piernas obligarme a no ceder

a suicidar mi cuerpo.

Nostalgia de tu aliento volátil

besos que hoy saben a difunto

abrazos que envolvía como universo.

Evocación de la muerte que pronuncia mi nombre

y me atrae gravemente

y me desgrana en cada minuto

en cada partida.

Ansias de cantar a la una hermosa entonación

mirarla con frialdad a los ojos

que ella se espante

que no la temo.

Ganas de tomarla de la mano

caminar junto a ella

caer seducida

no voltear los ojos

partir y no volver a este proceso de ocaso llamada vida

de fugar y borrar toda huella prolongada en el camino

y ya sin nadie que me recuerde

ya sin memoria

tener la evidencia en mis manos

la certidumbre de los incorpóreo

la certeza de lo único certero

la nada.



Y por momento la poeta aunque en su desolado canto la frustración parezca vencedora, es la palabra hecha poesía, es la intensidad del sentir sobre el existir, lo que nos hace contemplar ese reino aún sin profanar que la infancia y sus recuerdos, su magia, su tórrida tristeza, su inmensa ternura que nos hace ver por un instante eterno, totalmente desnudos de todo dolor, de toda angustia, de todo remordimiento. Es acaso la infancia en estos poemas el lugar donde se desea llegar, el lugar donde es realmente donde debíamos librar esa batalla con el destino, para que toda esta tristeza que hoy se nos empoza como coágulo en el alma, se transparente por fin en luz, en paz, en una nueva oportunidad, a pesar de los desmanes, como en el poema A Maya, que nunca quiso crecer:

Maya, tú que sólo te conciertas de infancia

espérame con tus juegos de inocencia

vamos de nuevo a sentarnos a la mesa

donde el cariño se sitúa en la cabecera

donde Lucho remienda vestidos trajinados de pasiones

y Lola entre leño y leño atiza versos que amortiguan las penas.


Y al final, siempre al final, la poeta nos termina con una imagen desgarradora y a la vez mágica. Ella poeta entre los suburbios, poeta que escribe armada hasta los dientes de palabras en flor, nos describe ese hedor de mundo en decadencia, esa inmensa incomunicación que ya ha perdido toda razón de ser. Es siempre al final donde la poeta nos muestra lo podrida de nuestra sociedad, la miseria de ser por primera vez esa carne en la que nosotros sin saberlo algún día seremos:


Después lanzarla al barranco

a ver si el hambre la convierte en puta

si otros al verla famélica

la siguen gangrenando

desfigurarán su trémula cara

desbarandarán los versos de su padre

y un día la encontraremos en una esquina

entre enjambre de ratas

con falda corta empuñando una mariposa.


Bajo cero de Zoila Capristán es sin duda un libro de libertad creadora, un reencuentro con el monstruo del pasado, la belleza imperecedera, el amor desenfrenado, la duda de saber si lo que existe en nosotros es ansiedad de ser felices o quizá solo una tremenda batalla por no quedar enterrada entre los escombros del mundo que nos traga lentamente.

PAOLO ASTORGA